KASHGAR

Creo que fue cuando en febrero de 2002 volvía de Pequín con el transiberiano, tras seis meses pasados a estudiar en Pequín. Esa creo fue la primera vez en la que, mirando mapas y guías de viaje durante las largas horas que pasaba en tren, empecé a soñar con llegar a Kashgar, a través de la ruta que pasaba un poco más al sur de la que recorría yo en ese momento, y que todo el mundo conoce como la Ruta de la Seda. Evidentemente tenía que esperar ocho años y medio más, durante los que mis sueños sobre la ciudad y el deseo de llegar a sus puertas por esa misma ruta milenaria no dejaron de crecer.

Es por esto que al planear este viaje y los temas para desarrollar en cada ciudad, no tuve ninguna duda en relacionar Kashgar con las rutas y las intersecciones que, por geografía o casualidad, transforman un lugar virgen en un punto de encuentro extraordinario. Una ciudad que no termina a los pies de sus murallas, sino que sigue y se extiende por los caminos que salen de sus puertas. Un poco como las ciudades invisibles de Italo Calvino, Kashgar queda en mi imaginario como un mítico y polvoriento mercado de especias e historias.

Por varios motivos no pude realizar allí las entrevistas que tenía planeadas, pero no quería dejar de poner en esta web la ciudad que más, junto a Samarcanda, inspiró este viaje. Esta pagina está dedicada a todas las ciudades de esta ruta, a las que, por falta de tiempo y recursos, imprevistos del viaje o cambios de planes, no he podido dedicar una página y unos vídeos propios.

Kashgar
Kashgar

Antiguo oasis a los extremos confines occidentales del desierto del Taklamakán, Kashgar ha sido desde la antigüedad uno de los centros más importantes de la región. Encrucijada de culturas, junto con otras ciudades clave en la zona, como Turfan y Korla, ha albergado templos budistas, cristianos y musulmanes, viendo florecer una cultura y un arte únicos en los que se pueden fácilmente reconocer influencias tanto orientales como indias, persas y griegas. A lo largo de la historia ha vivido duraderos periodos de independencia, antes de caer cada vez más bajo el control de China. Hasta hace pocos años, a pesar de formar parte de la República Popular China desde mediados del siglo XX, Kashgar tenía todavía una población en gran mayoría uigur, de religión musulmana y habla turca. En su antiguo mercado, uno de los más grandes de Asia, se pueden encontrar desde los tiempos de la Ruta de la Seda productos procedentes del Extremo Oriente, así como de todos los países de Asia Central y Oriente Medio, ya que la ciudad se encuentra justo en el punto de encuentro de las rutas hacia India, Afghanistán, Asia Central y China. Desafortunadamente estas riqueza y mezcla cultural y artística están desapareciendo bajo el lema del desarrollo económico chino: el gobierno central de Pequín, que durante la última década ha fuertemente favorecido la inmigración china en la región, está ahora desmantelando el centro histórico de la ciudad y substituyendolo con grandes edificios modernos, avenidas y parques anónimos.

Sacar el visado chino en Kazajistán resultó ser imposible, al parecer después de las revueltas que habían estallado en Xinjiang el año anterior, el consulado chino en Almaty había dejado de emitir visados a cualquiera que no tuviese residencia en Kazajistán. Así pues, aunque la situación en Kirguistán seguía tensa tras la guerra civil de unas semanas antes, decidimos ir a Bishkek e intentar sacar el visado desde allí. Al inicio estaba preocupado, pero en cuanto llegamos y nos instalamos en un pequeño bed&breakfast en el centro, vimos como la gente era más acogedora y la atmósfera en la capital más relajada y alegre incluso de la que habíamos encontrado en Almaty. Después de un día de búsqueda y de papeleo encontramos efectivamente una agencia china que tramitaba visados también a extranjeros. Por fin una buena noticia! El viaje podía seguir.

Pasamos la semana siguiente caminando entre lagos y montañas, en valles en los que me esperaba de un momento al otro ver llegar Frodo y sus colegas de la Compañía del Anillo. Luego Piero volvió hacia Uzbekistán con un avión que les habían desaconsejado de tomar incluso los de la agencia de viaje (Air Kyrgystan está en la clasifica de las peores al mundo) y yo seguí en autobús mi viaje hacia el Torugart.

Hasta hace unos años, este paso fronterizo entre China y Kirguistán estaba cerrado a cualquiera no fuese local y no tuviese un permiso especial. Ahora, con el cesar de las disputas fronterizas, se está abriendo poco a poco a los extranjeros también. Es complicado: se necesita ir acompañados por alguna agencia local hasta la frontera y allí esperar hasta que llegue alguien de una agencia china a buscarte con su coche. Y no siempre funciona. Teniendo presente las anteriores experiencias kazakas, cuando llegué a ese edificio medio abandonado, frío y desierto en el medio de la nada y les di mi pasaporte al guardia, estaba casi listo a que me lo devolvieran con una expresión vacía y definitiva, dejando entender que podía volver a intentarlo igual unos años más tarde. El guardia desapareció con mi pasaporte.

Silencio.

Luego pasos de nuevo. Y reapareció detrás del cristal. Algo parecía no convencerle mucho. Ya me veía volver a cruzar valles y montañas para volver hacia Bishkek, pero de repente… ¡TUM! Escuché ese sonido tan querido en viajes como este, el sonido acogedor del sello sobre el pasaporte. Una media hora más tarde estaba sobre la linea de la frontera, a 3750 metros, esperando el coche chino. Llegué a Kashgar por la noche.

Uno de los recuerdos más bonitos que tengo de China es de una vez que, en el invierno de 2001, cuando estudiaba en Pequín, subí a la antigua Torre del Tambor, en el centro antiguo de la ciudad. Es una torre grande, de planta rectangular, de ladrillo y madera. Se construyó en el siglo XIII, pero debe su forma actual a las obras de ampliación realizadas durante la última dinastía. Su color rojo destacaba entre los edificios de los alrededores, a los que superaba todos en altura, ya que se encuentra en el medio de una antigua zona de hutong, los barrios tradicionales de Pequín, con edificios de una planta organizados alrededores de patios y jardines interiores.

Aunque me encontraba en el centro de una de las ciudades más pobladas al mundo, no había casi ruido en ese barrio, los pocos coches pasaban en una avenida lejos de la torre y la gente alrededor se movía mas bien andando o en bici. Me apoyé a la barandilla de una de las grandes ventanas, dejando a mis espaldas los enormes tambores que antiguamente marcaban el paso del tiempo en la capital china, y me puse a mirar el panorama. Se veía todo: las bajas y grises casas de los alrededores, los enormes techos rojos y amarillos de unos pocos templos a noreste, el parque de la Colina del Carbón a norte de la Ciudad Prohibida y, más allá de las murallas, la ciudad moderna, con sus rascacielos y sus torres.

Luego noté las palomas. Volaban juntas, dando vueltas sobre las casas y cambiando de dirección con una coordinación que me dejó sorprendido. Algunas de ellas tenían entre las plumas de la cola unas pequeñas flautas, que la gente de allí solía ponerles para que, al volar sobre las casas, hiciesen como una música. Seguía sus movimientos con la mirada, disfrutaba de ese momento tan especial. Y luego me di cuenta de que no se movían de forma casual: volaban en idas y vueltas ordenadas sobre una de las casas cerca de la torre. Allí de pie encima del techo estaba un hombre que llevaba en el brazo alzado al cielo un bastón con una bandera roja. Movía el bastón de un lado al otro y las palomas cambiaban de dirección siguiendo sus instrucciones y volando hacia el punto señalado por la bandera. Me quedé sin habla.

Todo eso ya no existe. Bajo el lema de la modernización, el gobierno de Pequín ha arrasado casi todo el antiguo barrio, substituyendo con grandes centros comerciales, oficinas y zonas de bares. No queda ya casi nada de los palacios de la antigua Pequín y la Torre del Tambor aparece pequeña y desapercibida entre la confusión de calles y edificios modernos. Ningún panorama de la antigua ciudad imperial y menos aún palomas con flautas en la cola. Lo que es viejo se destruye y en su sitio se deja espacio a lo moderno, con la única excepción de algunos grandes monumentos. Es el método chino.

A que esto pasara en Pequín, me había hecho la idea. Pero en Kashgar fue más difícil. Aquí, hasta hace pocos años, la mayoría de la población era de etnia uigura, religión musulmana y habla turca. La región a que la ciudad pertenece nunca estuvo bajo un control directo y seguido del Imperio Chino e, incluso en la época más reciente de la República Popular China, tuvo periodos de independencia. A partir de los años 90, el gobierno central en Pequín inició un programa para poblar la región de chinos han, con el resultado de que ahora los uigures son minoría en su propia tierra. En Kashgar está pasando lo mismo que pasó en los hutong de Pequín, con la diferencia de que aquí no son los habitantes de las casas y ni siquiera el gobierno local los que deciden el destino de la ciudad. Los barrios tradicionales desaparecen uno a uno para dejar sitio a anónimos parques y feos edificios modernos. Un día entré en un parque de sauces y riachuelos, en típico estilo chino, que ahora separa el antiguo barrio del mercado de lo que queda del centro histórico. Caminaba sin rumbo hasta que me encontré en el medio de una pequeña plaza peatonal rodeada de estatuas. Las miré bien, no podía ser: eran estatuas de personajes de Disney. Ni rastro de algo por lo menos un poco local.